Él era muy guapo y romántico, me hacía sentir segura y protegida a su lado. Sentía que con él a mi lado, nada malo me podría pasar, como si estuviera envuelta en una burbuja de protección. Pero no me di cuenta de que él sería el que me haría daño.
En algún momento, su actitud cambió. Dejó de ser el romántico que me enamoró para convertirse en alguien grosero y distante. Yo intuía que algo estaba mal, como suele suceder con las mujeres, y estaba decidida a descubrir la verdad, sin importar lo que encontrara.
Siempre que salía, decía que se iba con un amigo, pero yo no le creía. Un día decidí seguirlo y, para mi sorpresa, no lo encontré donde dijo que estaría. Descubrí mensajes y cartas que lo incriminaban y, finalmente, lo confronté. Me confesó que había besado a otra chica. Me sentí devastada, como si me hubieran clavado algo en el corazón. Pero gracias a esa confesión, me di cuenta de que debía dejarlo y, aunque estuve muy triste por algunos días, finalmente pude entender que lo mejor era alejarme de él.
Aprendí que es mejor estar sola que mal acompañada y que debemos valorarnos y tener dignidad. También comprendí que, en momentos difíciles, siempre hay personas a nuestro alrededor que nos aman y nos apoyan, y que Dios está siempre con nosotros, limpiando nuestras lágrimas y brindándonos su amor y consejo.
Por eso, les animo a abrir los ojos y ver que Dios nos ayuda y está siempre a nuestro lado. No estamos solos y siempre hay alguien dispuesto a tendernos una mano cuando lo necesitemos.