Para lograr el cambio, necesitamos educación, voluntad, actitud y también la ayuda de Dios. Debemos dejar de hacer aquello que lastima a otros, como hablar mal de alguien o envidiar a alguien, y empezar a ser conscientes de nuestras propias virtudes y defectos. Debemos evitar juzgar a los demás y, en su lugar, tratar de ayudarlos. La guerra comienza en nuestro propio corazón, por lo que es fundamental que el cambio comience por nosotros mismos.
Cuando apliquemos estos principios en nuestra vida, reflejaremos un cambio positivo en la sociedad, y seremos mejores hijos, padres, estudiantes y, sobre todo, mejores hijos de Dios.